Todo tiene un fin. Hasta los veranos interminables.
Me despedí del mar, de los paseos por el barrio de Santa María, de la Caleta y del Pópulo. Les dije "hasta pronto" a los edificios decadentes, a los desconchones de sus paredes encaladas. Paseé por sus calles cuando anochecía y retuve en mi memoria los colores de las persianas que sobresalían por sus balcones.
Me alimenté de aquel espectáculo visual para volver a mi querido Madrid, al que también he echado de menos.
Memoricé todo aquello para recordarlo cuando los días sean más cortos, se recojan las terrazas de las calles y los domingos se conviertan en esa especie de maravilloso día melancólico al que estamos acostumbrados cada otoño.
Todo tiene un fin. Pero no sería un bonito recuerdo si no acabase.
Fotos: Mercedes Pérez
Cádiz, agosto 2013